martes, 19 de julio de 2011

Lorca: “Corazón malherido por cinco espadas”

LA GUITARRA
Empieza el llanto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil
callarla.
Es imposible
callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible
callarla.
Llora por cosas
lejanas.
Arena del Sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
¡Oh guitarra!
Corazón malherido
por cinco espadas.
Federico García Lorca (en: Poemas del cante jondo)

Empieza el poema y empieza el llanto, el canto dolorido hecho verso. El “jondo” sentir que se escapa a través de las cuerdas de la guitarra, rompe el silencio de la noche, la desgarra con un martilleo monótono de sollozo y muerte. Lorca, sabedor de los misterios de lo oscuro, crea el clima que marca todo el poema, ese repiquetear que nos sobrecoge por su insistencia: “Es inútil callarla”.

Quizás de la imposibilidad de callarla, devenga también la inutilidad del acto. Imposible e inútil, el llanto se deja ir por los recovecos de la madrugada en una rutina que estruja el alma. Por eso no se hace nada para enmudecerla, porque se sabe que la pena es un martilleo constante que supera cualquier voluntad de silencio, letanía que se desliza sin pausa. Y además lo llena todo. Los cuatro elementos hacen presencia, ya sea de una manera o de otra: agua, viento (aire), arena (tierra), caliente (fuego). Toda la naturaleza vibra ante su llegada, por lo que hay una totalidad donde se multiplica el sentimiento, un ensombrecimiento que se despliega y que abarca el universo.

Lejanía, pérdida, dolor, llanto. Una gradación que nos sitúa en la causa primera de la anécdota, donde lo trágico hunde sus raíces precisamente en esta pérdida, reveladora imagen que evoca la nostalgia tanto espacial como temporal de un mundo anterior, ajeno a esta noche de rasgeo de sombras en la distancia.

Además, frustración y muerte completan el dramatismo. Lo blanco y lo claro, en puro contraste con la madrugada, es lo anhelado, lo que no se tiene, lo inalcanzable: “camelias blancas”, “flecha sin blanco”, “tarde sin mañana”. Fracaso de plenitud donde no se oculta la angustia, y donde el desengaño es la consecuencia de la falta, de lo incompleto. Efectivamente, la guitarra, en un vibrato sostenido de lamento y lágrima, desea un imposible que nunca llega.

Minimización de la muerte en dos versos, en un pájaro, pero que dibuja todo el poema y cierra el círculo con un tragicismo estático de cuadro. La muerte, como un sonido monocorde, se queda suspendida como la rama que sujeta a aquél, y eterniza la pena que se evocaba desde el principio.

A la escena le sigue un lamento final de aceptación, donde el yo más profundo suspira un grito ahogado de patetismo. Hasta el suspiro nos suena vacío, triste, sin ganas. Es un quejido limitado de sombra.

Acaba el poema con la metáfora que deja salir al duende del que tanto habló Lorca: el corazón, la boca de la guitarra, es golpeado por cinco dedos, las cinco espadas. Ese duende/satán de la Andalucía más mágica, es el poder irracional, el diablo que desata las fuerzas necesarias para que surja el arte, el arte que viene de lo hondo, el arte que viene rasgado por la pena.

Conde Soto

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